Llevamos ya casi una semana en la que es nuestra segunda casa y, aunque parece que todos los días hacemos lo mismo, no ha habido dos días iguales desde que estamos aquí.
Nos levantamos bien temprano, sobre las 6:30 de la mañana, para encomendar el día al Señor en la capilla.
Tras un rato de oración y desayuno, nos vamos rápidamente a la escuela, donde los niños nos estaban esperando desde muy prontito. Abrazos, besos, sonrisas… y, sin darnos cuenta, estábamos cantando un día más el himno nacional.
Después de desayunar (batido y galletas) comienzan las clases. Aquí son la mar de divertidas. Cada uno demuestra su saber y, aunque el idioma es igual, la idiosincrasia de cada país nos hace echar unas buenas carcajadas.
En el recreo daba gusto ver a niños y profes jugando al escondite inglés, al toma tomate y a otros juegos cooperativos. Momentos que, por nuestra ajetreada vida occidental, ya teníamos bastante olvidados.
Al finalizar la mañana tuvimos talleres: unos a manualidades a seguir haciendo cariocas, otros a baile y un tercer grupo a juegos de equipo en la pista.
Al volver a casa, Margarita nos tenía preparado una comida buenísima (arroz con maíz, carne picada con ensalada y de postre un riquísimo melón canadiense).
La tarde comenzaba de infarto. Hoy Isabel era sustituida de conductora y Sergio se ponía a volante. No podéis imaginar las risas que pasamos al pasar los resaltos. Parecía que estábamos en la montaña rusa. No conduce nada mal para haberse sacado el carnet con los puntos de las tabletas de chocolate (jejejejeje)..
La llegada al batey fue espectacular. Cada vez son más los niños, madres, hermanos y papás que nos están esperando. Si los pedacitos de cielo de por la mañana te hacen vibrar, estos de por la tarde te envuelven hasta formar parte de tu propia piel. Son muchas las ganas que tienen todos de aprender.
Finalizadas las clases, comenzó el rato de juegos y de atención sanitaria. Ambos momentos tuvieron su especial dedicación, pues los dos tenían como objetivo mejorar la calidad de vida de estos pilluelos, que con sólo cuatro días han conseguido entrar en nuestro corazón.
La vuelta del batey, fue otro rato de lo más emocionante para las que estábamos en la caja de la camioneta. Un rato para las risas, las fotos, las anécdotas y, sobre todo, para el compartir de nuestra enriquecedora experiencia.
El resto de la tarde se terminó haciendo una visita a nuestra amiga Sujey, la encargada del supermercado donde solemos hacer las compras más básicas de estos días, pues el fin de semana tenemos excursión a Sabana de la Mar y no nos puede faltar nuestro kit de avituallamiento.
El día terminó haciendo cada equipo nuestros cargos. Sergio y Mara fregar los platos, Elena y Eugenia recogida y doblado de ropa, Ana Isabel y Gloriana la revisión del orden y Teresa e Isabel la recogida de la mesa.
Ahh contaros que al equipo se nos ha unido un nuevo miembro. Jefferson, un alumno de la escuela que Isabel conocía del verano pasado, nos ha regalado un pez. Ahora tenemos una nueva tarea en el poco tiempo libre que nos queda: darle de comer a nuestro nuevo amigo.
El día de hoy ha sido apasionante, intenso, gratificante. Tras un rato de compartir con el fresquito de la noche, nos disponemos a irnos a dormir, sabiendo que cada nuevo día aquí es una sorpresa, un reto, que nos engrandece el corazón y nos hace ver que cada minuto de nuestra vida es para y por los demás. El resto carece de sentido.